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  • Entonces David se rasgó las vestiduras, y todos los que estaban con él hicieron lo mismo. (II Samuel 1, 11)

  • Llevó también a los hombres que estaban con él, cada uno con su familia, y se establecieron en las ciudades de Hebrón. (II Samuel 2, 3)

  • Estaban allí los tres hijos de Sarvia: Joab, Abisay y Asael. Asael era ligero para correr como un corzo del campo. (II Samuel 2, 18)

  • Llevaron a Asael y le sepultaron en el sepulcro de su padre, en Belén. Después Joab y sus hombres caminaron durante toda la noche y, al llegar el día, estaban en Hebrón. (II Samuel 2, 32)

  • David dijo a Joab y a los que estaban con él: "Rasgad vuestras vestiduras, vestíos de saco y guardad luto por Abner". Y el rey David iba detrás del féretro. (II Samuel 3, 31)

  • Tus manos no estaban atadas, ni tus pies sujetos a los grillos. ¡Has caído como caen los criminales!". Y todo el pueblo continuó llorando por él. (II Samuel 3, 34)

  • Meribaal tenía un hijo pequeño que se llamaba Micá. Todos los que vivían en casa de Sibá estaban al servicio de Meribaal. (II Samuel 9, 12)

  • Los amonitas salieron y se pusieron en orden de batalla a la entrada de la ciudad, mientras que los sirios de Sobá y de Rejob y los hombres de Tob y de Maacá estaban en el campo. (II Samuel 10, 8)

  • Joab, que estaba asediando la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes. (II Samuel 11, 16)

  • Todavía estaban de camino, cuando llegó a David este rumor: "Absalón ha matado a todos los hijos del rey; no ha quedado ni uno solo". (II Samuel 13, 30)

  • Entonces el rey se levantó, rasgó sus vestiduras y se echó por tierra. Y todos sus servidores que estaban con él rasgaron también sus vestiduras. (II Samuel 13, 31)

  • Entonces dijo David a todos sus servidores que estaban con él en Jerusalén: "Levantaos y huyamos, porque no podremos escapar de Absalón. Daos prisa a salir, no sea que venga a toda prisa, nos sorprenda, haga caer sobre nosotros el mal y pase la ciudad a filo de espada". (II Samuel 15, 14)


“Agradeça sempre ao Pai eterno por sua infinita misericórdia”. São Padre Pio de Pietrelcina