2. Señor, escucha mi plegaria, que mis gritos lleguen hasta ti.

3. No me escondas tu cara en el día de mi desgracia, vuelve tus oídos hacia mí el día que te invoco, apresúrate en responderme.

4. Pues mis días se esfuman, mis huesos se consumen como brasas;

5. como hierba segada, mi corazón se seca y hasta me olvido de comer mi pan;

6. con lo fuerte de mis sollozos, a través de la piel se ven mis huesos.

7. Me parezco al pelícano del desierto, soy como la lechuza de las ruinas.

8. Paso en vela gimiendo como un pájaro solo en un tejado.

9. Todo el día me insultan mis enemigos, los que me adulan maldicen de mí.

10. El pan que como es la ceniza, mezclo mi bebida con mis lágrimas;

11. debido a tu cólera y a tu furor pues me arrancaste y me tiraste al suelo.

12. Mis días son como la sombra que declina, y yo me voy secando como el pasto.

13. Mas tú, Señor, reinas para siempre, y te invocan por todas las edades.

14. Tú te levantarás, enternecido por Sión, pues ya es tiempo que de ellas te apiades, ya ha llegado la hora;

15. tus siervos se encariñan con sus piedras y sienten pena al ver sus escombros.

16. Entonces los pueblos respetarán tu nombre, y todos los reyes de la tierra, tu gloria;

17. cuando el Señor reconstruya a Sión y se manifieste en su gloria,

18. cuando atienda la oración del despojado y no se haga sordo a su plegaria.

19. Escríbanlo para la nueva generación: un pueblo recreado alabará al Señor.

20. Pues se inclinó de lo alto de su santuario, desde los cielos miró el Señor a la tierra

21. para escuchar el gemido del cautivo y liberar a los condenados a muerte,

22. para que resuene en Sión el nombre del Señor y su alabanza, en Jerusalén.

23. Se reunirán entonces los pueblos y los reinos para adorar al Señor.

24. Agotó mi fuerza en el camino, y ha abreviado mis días,

25. pero yo digo: Dios mío, no me arranques a mitad de mis días, siendo que tus años corren de edad en edad.

26. Hace tiempo que fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos;

27. ellos perecerán, pero tú permaneces, todos se gastan como la ropa, los cambias como un vestido, y se mudan,

28. pero tú eres el mismo, tus años no se acaban.

29. Los hijos de tus siervos vivirán en ella y su raza siempre te servirá.





“Deus nunca me recusou um pedido”. São Padre Pio de Pietrelcina