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Éste compró una sábana, lo bajó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca. Luego hizo rodar una losa para cerrar la puerta del sepulcro. (Marcos 15, 46)
En la sinagoga había un hombre poseído de un espíritu inmundo, que se puso a gritar: (Lucas 4, 33)
Él se inclinó sobre ella, ordenó a la fiebre, y la fiebre la dejó. Ella se levantó inmediatamente y se puso a atenderle. (Lucas 4, 39)
Estando Jesús en una ciudad, un hombre lleno de lepra, al verlo, se puso de rodillas ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". (Lucas 5, 12)
Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Allí había un hombre que tenía seca su mano derecha. (Lucas 6, 6)
Él, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre de la mano seca: "Levántate y ponte en medio". Él se levantó y se puso. (Lucas 6, 8)
Se parece a un hombre que al construir su casa cavó, profundizó y puso el cimiento sobre la roca; cuando luego vino la crecida y el río se precipitó contra la casa, no pudo derruirla porque estaba bien cimentada. (Lucas 6, 48)
Jesús se puso en camino con ellos. No estaban lejos de la casa, cuando el oficial mandó unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres en mi casa. (Lucas 7, 6)
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a su casa y se puso a la mesa. (Lucas 7, 36)
se puso detrás de él a sus pies, y, llorando, comenzó a regarlos con sus lágrimas y a enjugarlos con los cabellos de su cabeza, los besaba y ungía con el perfume. (Lucas 7, 38)
Al ver a Jesús, se puso a gritar y se postró ante él diciendo a voces: "¡Déjame en paz, Jesús, hijo del Dios altísimo! Te ruego que no me atormentes". (Lucas 8, 28)
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó un niño, lo puso a su lado (Lucas 9, 47)
