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  • Por tanto, hermanos, manteneos firmes y guardad las enseñanzas que habéis recibido de nosotros de palabra y por escrito. (II Tesalonicenses 2, 15)

  • En fin, hermanos, rogad por nosotros, para que la palabra del Señor siga difundiéndose y sea estimada, como lo es entre vosotros, (II Tesalonicenses 3, 1)

  • los lujuriosos, los homosexuales, los traficantes de esclavos, los mentirosos, los que juran en falso; en una palabra, para todo el que se opone a la sana doctrina (I Timoteo 1, 10)

  • pues la palabra de Dios y la oración todo lo hace bueno. (I Timoteo 4, 5)

  • y por el que sufro estas cadenas, como si fuera un criminal; pero la palabra de Dios no está encadenada. (II Timoteo 2, 9)

  • Esfuérzate por presentarte ante Dios como un hombre probado, como un obrero que no tiene de qué ruborizarse, como fiel predicador de la palabra divina. (II Timoteo 2, 15)

  • predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal. (II Timoteo 4, 2)

  • Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas, de tal modo que la palabra ha sido anunciada cumplidamente por mí y oída por los paganos. Y yo he sido librado de la boca del león. (II Timoteo 4, 17)

  • y ahora, a su debido tiempo, ha manifestado su palabra mediante la predicación que me ha sido confiada por disposición de Dios, nuestro Salvador: (Tito 1, 3)

  • a ser prudentes, honestas, cuidadosas de los quehaceres domésticos, buenas, sumisas a sus maridos, de modo que no den ocasión a que se blasfeme contra la palabra de Dios. (Tito 2, 5)

  • de palabra sana, irreprochable, de modo que el adversario quede en vergüenza al no poder alegar contra nosotros nada malo. (Tito 2, 8)

  • Él, que es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser, sostiene todas las cosas con su palabra poderosa, y, una vez que realizó la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en lo más alto del cielo, (Hebreos 1, 3)


“Não se desencoraje se você precisa trabalhar muito para colher pouco. Se você pensasse em quanto uma só alma custou a Jesus, você nunca reclamaria!” São Padre Pio de Pietrelcina