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  • Con aceite del que le queda en la palma de la mano izquierda le untará el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y el dedo gordo del pie derecho en el mismo lugar en que puso la sangre del sacrificio de reparación. (Levítico 14, 28)

  • El aceite que le queda en la palma de la mano lo verterá sobre la cabeza del que se está purificando, haciendo sobre él el rito de absolución delante del Señor. (Levítico 14, 29)

  • Pondrá a la mujer en presencia del Señor, le descubrirá la cabeza y le pondrá en las manos la ofrenda conmemorativa, es decir, la ofrenda de celos, mientras él tiene en su mano el agua amarga de la maldición. (Números 5, 18)

  • Tomará después de mano de la mujer la ofrenda de celos, la presentará al Señor y la depositará sobre el altar; (Números 5, 25)

  • "Tómalos de su mano y destínalos al servicio de la tienda de la reunión; se los darás a los hijos de Leví para que los usen, cada uno según sus funciones". (Números 7, 5)

  • Os juro que no entraréis en la tierra en la que, mano en alto, había jurado estableceros, excepto Caleb, hijo de Jefoné, y Josué, hijo de Nun. (Números 14, 30)

  • La burra, al ver al ángel del Señor apostado en el camino con la espada desenvainada en la mano, se salió del camino y tiró por el campo. Balaán le pegaba para hacerla volver al camino. (Números 22, 23)

  • Balaán respondió a la burra: "Porque te burlas de mí. Si tuviera a mano una espada, ahora mismo te mataba". (Números 22, 29)

  • El Señor abrió los ojos de Balaán y vio al ángel del Señor apostado en el camino con la espada desenvainada en la mano. Balaán se inclinó y se postró en tierra. (Números 22, 31)

  • El Señor respondió a Moisés: "Toma a Josué, hijo de Nun, sobre quien reside el espíritu, y pon tu mano sobre él. (Números 27, 18)

  • La mano del Señor cayó sobre ellos en el campamento hasta que murieron todos. (Deuteronomio 2, 15)

  • Allí serviréis a sus dioses, hechos por mano de hombre, de madera y de piedra, incapaces de ver y entender, de comer y sentir. (Deuteronomio 4, 28)


“Pobres e desafortunadas as almas que se envolvem no turbilhão de preocupações deste mundo. Quanto mais amam o mundo, mais suas paixões crescem, mais queimam de desejos, mais se tornam incapazes de atingir seus objetivos. E vêm, então, as inquietações, as impaciências e terríveis sofrimentos profundos, pois seus corações não palpitam com a caridade e o amor. Rezemos por essas almas desafortunadas e miseráveis, para que Jesus, em Sua infinita misericórdia, possa perdoá-las e conduzi-las a Ele.” São Padre Pio de Pietrelcina