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hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. (Hechos 1, 2)
Él era uno de los nuestros y había recibido su parte en nuestro ministerio. (Hechos 1, 17)
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. (Hechos 2, 5)
a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. (Hechos 2, 23)
Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. (Hechos 2, 30)
Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido. (Hechos 3, 10)
El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidorJesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. (Hechos 3, 13)
Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer. (Hechos 3, 18)
pero no podían replicarles nada, porque el hombre que había sido curado estaba de pie, al lado de ellos. (Hechos 4, 14)
Después de amenazarlos nuevamente, los dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido. (Hechos 4, 21)
«Encontramos la prisión cuidadosamente cerrada y a los centinelas de guardia junto a las puertas, pero cuando las abrimos, no había nadie adentro». (Hechos 5, 23)
Al oír esto, el jefe del Templo y los sumos sacerdotes quedaron perplejos y no podían explicarse qué había sucedido. (Hechos 5, 24)