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Noé tenía seiscientos años, y era el decimoséptimo día del segundo mes. Ese día, desbordaron las fuentes del gran océano y se abrieron las cataratas del cielo. (Génesis 7, 11)
Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. (Génesis 12, 2)
Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor, una densa oscuridad. (Génesis 15, 12)
Y el Ángel del Señor le siguió diciendo: "Tú has concebido y darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción. (Génesis 16, 11)
Sin embargo, también te escucharé en lo que respecta a Ismael: lo bendeciré, lo haré fecundo y le daré una descendencia muy numerosa; será padre de doce príncipes y haré de él una gran nación. (Génesis 17, 20)
Tú has sido bondadoso con tu servidor y me has demostrado tu gran misericordia, salvándome la vida. Pero yo no podré huir a las montañas, sin que antes caigan sobre mí la destrucción y la muerte. (Génesis 19, 19)
A la madrugada del día siguiente, Abimélec llamó a todos sus servidores y les contó lo que había sucedido. Y ellos sintieron un gran temor. (Génesis 20, 8)
El niño creció y fue destetado, y el día en que lo destetaron, Abraham ofreció un gran banquete. (Génesis 21, 8)
Y en cuanto al hijo de la esclava, yo haré de él una gran nación, porque también es descendiente tuyo". (Génesis 21, 13)
Levántate, alza al niño y estréchalo bien en tus brazos, porque yo haré de él una gran nación". (Génesis 21, 18)
Y Jacob trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero le parecieron unos pocos días, por el gran amor que le tenía. (Génesis 29, 20)
Lía concibió y dio a luz un hijo, al que llamó Rubén, porque dijo: "El Señor ha visto mi aflicción; ahora sí que mi esposo me amará". (Génesis 29, 32)
