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  • Se engañan unos a otros, nunca dicen la verdad, su lengua está acostumbrada a mentir, y no pueden convertirse. (Jeremías 9, 4)

  • Sus ídolos son como un espantapájaros en un sandial, que no hablan; y tienen que ser transportados, pues no pueden andar. No les tengan miedo, que no pueden hacer ni el mal ni el bien. (Jeremías 10, 5)

  • Pero Yavé es el verdadero Dios, el Dios viviente, el Rey eterno. Cuando se enoja, tiembla la tierra, y las naciones no pueden aguantar su cólera. (Jeremías 10, 10)

  • ¿Puede un negro etíope cambiar su piel o una pantera, su pelaje? Y ¿pueden ustedes actuar correctamente, ustedes que están acostumbrados al mal? (Jeremías 13, 23)

  • Y me preguntó Yavé: «¿Qué ves, Jeremías?» Le contesté: «Higos. Los buenos son muy buenos; los malos están tan podridos que no se pueden comer.» (Jeremías 24, 3)

  • Pero así como se trata a los higos malos, tan podridos que no se pueden comer, así trataré a Sedecías, rey de Judá, a sus príncipes y al resto de los habitantes de Jerusalén, tanto a los que quedaron en este país como a los que viven en Egipto. (Jeremías 24, 8)

  • esto es lo que ha decidido Yavé de los Ejércitos: Voy a mandar contra ellos la espada, el hambre y la peste, y van a quedar como higos podridos, que de malos no se pueden comer. (Jeremías 29, 17)

  • ¡y cortan el bosque! dice Yavé. Sí, han venido como una nube de langostas, tan numerosos que no se pueden contar. (Jeremías 46, 23)

  • ¿Cómo pueden decir ustedes: «Somos valientes y buenos para la pelea»? (Jeremías 48, 14)

  • Sobre Damasco. Jamat y Arfad están preocupadas porque recibieron una mala noticia. Se les para el corazón de espanto y no pueden tranquilizarse. (Jeremías 49, 23)

  • Es Yavé que destruye a Babilonia y hace callar su gran ruido, sus olas pueden rugir como las del mar y sentirse el resonar de su voz. (Jeremías 51, 55)

  • Tiene igualmente en la mano la espada y el hacha; pero no se puede librar a sí mismo de la guerra ni de los ladrones; por todo lo cual pueden ver que no son dioses. (Baruc 6, 14)


“O santo silêncio nos permite ouvir mais claramente a voz de Deus”. São Padre Pio de Pietrelcina