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  • En cambio, el hombre espiritual lo juzga todo, y a él nadie lo puede juzgar. (1º Carta a los Corintios 2, 15)

  • La comida es para el estómago y el estómago para la comida; tanto el uno como la otra son cosas que Dios destruirá. En cambio el cuerpo no es para el sexo, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. (1º Carta a los Corintios 6, 13)

  • En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. (1º Carta a los Corintios 6, 17)

  • En cambio, la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta falta al respeto a su cabeza; sería igual si se cortase el pelo al rape. (1º Carta a los Corintios 11, 5)

  • El que profetiza, en cambio, da a los demás firmeza, aliento y consuelo. (1º Carta a los Corintios 14, 3)

  • Entiendan, pues, que hablar en lenguas es una señal para quienes no creen, pero no para los creyentes; en cambio, la profecía es para los creyentes, no para los que no creen. (1º Carta a los Corintios 14, 22)

  • Está escrito que el primer Adán era hombre dotado de aliento y vida; el último Adán, en cambio, será espíritu que da vida. (1º Carta a los Corintios 15, 45)

  • Nosotros, en cambio, no pasaremos la medida cuando defendamos nuestra autoridad, pues respetaremos la medida que nos fijó Dios, -que todo lo mide bien-, al hacernos llegar hasta ustedes. (2º Carta a los Corintios 10, 13)

  • En cambio, la Jerusalén de arriba es libre y es nuestra madre. (Carta a los Gálatas 4, 26)

  • A nosotros, en cambio, el Espíritu nos da la convicción de que por la fe seremos tales como Dios nos quiere. (Carta a los Gálatas 5, 5)

  • En cambio, el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, (Carta a los Gálatas 5, 22)

  • A los primeros, en cambio, les falta sinceridad; anuncian a Cristo por llevarme la contraria, y creen que con eso me hacen más amarga la cárcel. (Carta a los Filipenses 1, 17)


“Não se desencoraje se você precisa trabalhar muito para colher pouco. Se você pensasse em quanto uma só alma custou a Jesus, você nunca reclamaria!” São Padre Pio de Pietrelcina