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  • para decirle: "Tus siervos han hecho el recuento de los hombres de guerra que han estado a nuestras órdenes, y no falta ninguno. (Números 31, 49)

  • Entonces se acercaron a Moisés y le dijeron: "Nosotros levantaremos aquí apriscos para nuestros ganados y ciudades para nuestras familias. (Números 32, 16)

  • Pero, al mismo tiempo, tomaremos también las armas e iremos delante de los israelitas hasta que los hayamos introducido en el lugar a ellos destinado. Nuestras familias quedarán en ciudades amuralladas, defendidas de los habitantes de esta tierra. (Números 32, 17)

  • No volveremos a nuestras tierras hasta que los israelitas hayan tomado posesión de la heredad, cada uno de la suya. (Números 32, 18)

  • Nuestros niños, nuestras mujeres, nuestros rebaños y todos nuestros ganados quedarán aquí, en las ciudades de Galaad; (Números 32, 26)

  • El Señor, nuestro Dios, lo puso en nuestras manos, y lo derrotamos a él, a sus hijos y a todo el pueblo. (Deuteronomio 2, 33)

  • Desde Aroer, que está al borde del río Arnón, la ciudad que está en el valle, hasta Galaad, no hubo para nosotros ciudad inexpugnable. El Señor, nuestro Dios, las puso todas en nuestras manos. (Deuteronomio 2, 36)

  • El Señor, nuestro Dios, puso también en nuestras manos a Og, rey de Basán, y a todo su pueblo, y le derrotamos sin dejar ni un superviviente. (Deuteronomio 3, 3)

  • y dirán en alta voz: Nuestras manos no han derramado esta sangre ni lo han visto nuestros ojos. (Deuteronomio 21, 7)

  • Ellos le contestaron: "Con nuestras propias vidas respondemos de las vuestras, con tal que no nos denuncies. Cuando el Señor nos entregue esta tierra, obraremos contigo con benevolencia y lealtad". (Josué 2, 14)

  • Y dijeron: "El Señor ha entregado toda esta región en nuestras manos; todos los habitantes están muertos de miedo ante nosotros". (Josué 2, 24)

  • Mirad nuestro pan; todavía estaba caliente cuando lo tomamos en nuestras casas el día que partimos para salir a vuestro encuentro, y ahora está duro y hecho migas; (Josué 9, 12)


“Tenhamos sempre horror ao pecado mortal e nunca deixemos de caminhar na estrada da santa eternidade.” São Padre Pio de Pietrelcina