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Pero que la constancia vaya acompañada de obras perfectas, para que seáis perfectos, irreprochables, sin dejar nada que desear. (Santiago 1, 4)
Si alguno de vosotros está falto de sabiduría, que se la pida a Dios -que a todos da con generosidad y sin echarlo en cara-, y le será concedida. (Santiago 1, 5)
Pero que pida con confianza, sin dudar nada; porque el que duda es semejante a las olas del mar, agitadas por el viento y llevadas de una parte a otra. (Santiago 1, 6)
sino que cada uno es tentado por su propio deseo, que lo atrae y lo seduce. (Santiago 1, 14)
Pero el que considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella, no como un oyente olvidadizo, sino como un activo cumplidor, será dichoso en practicarla. (Santiago 1, 25)
La práctica religiosa pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y en guardarse de los vicios del mundo. (Santiago 1, 27)
Porque el juicio será sin misericordia para el que no ha tenido misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio. (Santiago 2, 13)
y uno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y alimentaos", sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve esto? (Santiago 2, 16)
Por el contrario, alguien dirá: "Tú tienes la fe, y yo las obras. Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras, y yo con mis obras te mostraré la fe". (Santiago 2, 18)
¿Quieres saber, oh insensato, que la fe sin obras es estéril? (Santiago 2, 20)
De la misma manera que el cuerpo sin el alma está muerto, así la fe sin las obras está muerta. (Santiago 2, 26)
Esta sabiduría no viene de arriba, sino que es terrena, sensual, endemoniada; (Santiago 3, 15)
