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  • El ángel echó la hoz afilada sobre la tierra y vendimió la viña de la tierra, y arrojó las uvas en la gran cuba de la ira de Dios. (Apocalipsis 14, 19)

  • los espíritus de demonios que hacen prodigios y van a reunir a los reyes de toda la tierra para la guerra del gran día del Dios todopoderoso. (Apocalipsis 16, 14)

  • Y hubo relámpagos, voces y truenos, con un gran terremoto, como no lo hubo nunca de violento desde que el hombre está sobre la tierra. (Apocalipsis 16, 18)

  • La gran ciudad se despedazó en tres partes, y las ciudades de las naciones se hundieron. Y Dios se acordó de Babilonia la grande, para darle el cáliz del vino de su ardiente ira. (Apocalipsis 16, 19)

  • Uno de los siete ángeles que tenían las siete copas vino a decirme: "Ven, que te voy a enseñar la sentencia de la gran prostituta que está sentada sobre las vastas aguas, (Apocalipsis 17, 1)

  • Y la mujer que has visto es la gran ciudad, que reina sobre los reyes de la tierra". (Apocalipsis 17, 18)

  • Después de esto vi a otro ángel bajar del cielo con gran poder; la tierra fue iluminada con su esplendor. (Apocalipsis 18, 1)

  • permaneciendo a distancia por miedo a sus tormentos, y dirán: ¡Ay, ay de la gran ciudad, Babilonia, la ciudad fuerte; en un instante ha llegado tu sentencia! (Apocalipsis 18, 10)

  • ¡Ay, ay de la gran ciudad, que estaba vestida de lino, de púrpura y escarlata, adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, (Apocalipsis 18, 16)

  • y en un momento tan gran riqueza ha sido destruida! Todos los pilotos, todos los navegantes, los marineros y los que trafican en el mar se mantuvieron a distancia (Apocalipsis 18, 17)

  • y gritaron al ver el humo de su incendio: "¿Qué ciudad hubo nunca semejante a la gran ciudad?". (Apocalipsis 18, 18)

  • Y echándose polvo en sus cabezas, gritaban; y llorando y lamentándose, decían: ¡Ay, ay de la gran ciudad, que con su opulencia enriqueció a cuantos tenían naves en el mar, y en un momento ha sido desolada! (Apocalipsis 18, 19)


“Não se fixe voluntariamente naquilo que o inimigo da alma lhe apresenta.” São Padre Pio de Pietrelcina