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Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo? (Santiago 4, 12)
Han condenado y han matado al justo, sin que él les opusiera resistencia. (Santiago 5, 6)
Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren que el Juez ya está a la puerta. (Santiago 5, 9)
Pero ante todo, hermanos, no juren ni por el cielo, ni por la tierra, ni de ninguna manera: que cuando digan «sí», sea sí; y cuando digan «no», sea no, para no ser condenados. (Santiago 5, 12)
Salúdense los unos a los otros con un beso de amor fraternal. Que descienda la paz sobre todos ustedes, los que están unidos a Cristo. (I Pedro 5, 14)
Y haré todo lo posible para que, después de mi partida, ustedes se acuerden siempre de estas cosas. (II Pedro 1, 15)
Tampoco perdonó al mundo antiguo, sino que desencadenó el diluvio sobre una tierra poblada de impíos, preservando sólo a ocho personas, entre ellas a Noé, el heraldo de la justicia. (II Pedro 2, 5)
También condenó a la destrucción y redujo a cenizas a las ciudades de Sodoma y Gomorra, para que sirvieran de ejemplo a los impíos del futuro. (II Pedro 2, 6)
Son seres malditos, cuyos ojos no pueden mirar a una mujer sin desearla; seres insaciables de pecado, que seducen a las almas débiles y cuyos corazones sólo conocen la codicia. (II Pedro 2, 14)
Los que obran así son fuentes sin agua, nubes arrastradas por el huracán: a ellos les está reservada la densidad de las tinieblas. (II Pedro 2, 17)
No olviden lo que ha sido anunciado por los santos profetas, así como tampoco el mandamiento del Señor y Salvador, que los Apóstoles les han transmitido. (II Pedro 3, 2)
Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. (I Juan 3, 23)