Talált 364 Eredmények: sangre
Dios lo puso como la víctima cuya sangre nos consigue el perdón, y esto es obra de fe. Así demuestra Dios cómo nos hace justos, perdonando los pecados del pasado (Carta a los Romanos 3, 25)
Con mucha más razón ahora nos salvará del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos. (Carta a los Romanos 5, 9)
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? (1º Carta a los Corintios 10, 16)
De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.» (1º Carta a los Corintios 11, 25)
Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor. (1º Carta a los Corintios 11, 27)
Entiéndanme bien, hermanos: lo que es carne y sangre no puede entrar en el Reino de Dios. En la vida que nunca terminará no hay lugar para las fuerzas de descomposición. (1º Carta a los Corintios 15, 50)
En él y por su sangre fuimos rescatados, y se nos dio el perdón de los pecados,fruto de su generosidad inmensa (Carta a los Efesios 1, 7)
Pero ahora, en Cristo Jesús y por su sangre, ustedes que estaban lejos han venido a estar cerca. (Carta a los Efesios 2, 13)
y gracias a él fuera reconciliado con Dios, porque la sangre de su cruz ha restablecido la paz tanto sobre la tierra como en el mundo de arriba. (Carta a los Colosenses 1, 20)
Puesto que esos hijos son de carne y sangre, Jesús también experimentó esta misma condición y, al morir, le quitó su poder al que reinaba por medio de la muerte, es decir, al diablo. (Carta a los Hebreos 2, 14)
pero en la segunda tan sólo entra el sumo sacerdote una sola vez al año, y nunca sin la sangre que va a ofrecer por sus extravíos y por los del pueblo. (Carta a los Hebreos 9, 7)
Estos alimentos, bebidas y diferentes clases de purificación por el agua son ritos de hombres, y solamente valen hasta el tiempo de la reforma.Cristo entró llevando su propia sangre (Carta a los Hebreos 9, 10)
