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conoces su voluntad porque la Ley te la enseñó, y sabes cómo actuar según las circunstancias.; (Carta a los Romanos 2, 18)
maestro de los que no saben, el que enseña a los pequeños, y posees en la Ley todo lo esencial, y las normas del conocimiento y de la verdad. (Carta a los Romanos 2, 20)
Te sientes orgulloso de la Ley, pero pasas por encima de ella, de tal manera que deshonras a tu Dios. (Carta a los Romanos 2, 23)
La circuncisión te sirve si cumples la Ley; pero si no la cumples, te colocas entre los que no están circuncidados. (Carta a los Romanos 2, 25)
Por el contrario, si uno de ellos cumple los mandatos de la Ley, será considerado exactamente como un circuncidado. (Carta a los Romanos 2, 26)
El que cumple la Ley sin estar marcado físicamente con la circuncisión podrá juzgarte a ti, que eres infiel a la Ley a pesar de que tienes a la vez la circuncisión y la Ley. (Carta a los Romanos 2, 27)
Ser judío es una realidad íntima, y la circuncisión debe ser la del corazón, obra espiritual y no cuestión de leyes escritas. No es algo que puedan valorar los hombres, sino sólo Dios. (Carta a los Romanos 2, 29)
Pero sabemos que todo lo que dice la Escritura está dicho para el mismo pueblo que recibió la Ley. Que todos, pues, se callen y el mundo entero se reconozca culpable ante Dios. (Carta a los Romanos 3, 19)
Porque en base a la observancia de la Ley no será justificado ningún mortal ante Dios. El fruto de la Ley es otro: nos hace conscientes del pecado. (Carta a los Romanos 3, 20)
Ahora se nos ha revelado cómo Dios nos reordena y hace justos sin hablar de la Ley; pero ya lo daban a entender la Ley y los profetas. (Carta a los Romanos 3, 21)
Y ahora, ¿dónde están nuestros méritos? Fueron echados fuera. ¿Quién los echó? ¿La Ley que pedía obras? No, otra ley, que es la fe. Nosotros decimos esto: la persona es reformada y hecha justa por la fe, y no por el cumplimiento de la Ley. (Carta a los Romanos 3, 27)
¿Creen ustedes que con la fe suprimimos la Ley? De ninguna manera; más bien la colocamos en su verdadero lugar. (Carta a los Romanos 3, 31)
