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  • Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. (I Timoteo 2, 14)

  • ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, (I Timoteo 3, 3)

  • Al anciano no le reprendas con dureza, sino exhórtale como a un padre; a los jóvenes, como a hermanos; (I Timoteo 5, 1)

  • Y además, estando ociosas, aprenden a ir de casa en casa; y no sólo están ociosas, sino que se vuelven también charlatanas y entrometidas, hablando de lo que no deben. (I Timoteo 5, 13)

  • Los que tengan dueños creyentes no les falten al respeto por ser hermanos, sino al contrario, que les sirvan todavía mejor por ser creyentes y amigos de Dios los que reciben sus servicios. Esto debes enseñar y recomendar. (I Timoteo 6, 2)

  • está cegado por el orgullo y no sabe nada; sino que padece la enfermedad de las disputas y contiendas de palabras, de donde proceden las envidias, discordias, maledicencias, sospechas malignas, (I Timoteo 6, 4)

  • A los ricos de este munco recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; (I Timoteo 6, 17)

  • Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. (II Timoteo 1, 7)

  • No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, (II Timoteo 1, 8)

  • que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús, (II Timoteo 1, 9)

  • sino que, en cuanto llegó a Roma, me buscó solícitamente y me encontró. (II Timoteo 1, 17)

  • En una casa grande no hay solamente utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos nobles y otros para usos viles. (II Timoteo 2, 20)


“O trabalho é tão sagrado como a oração”. São Padre Pio de Pietrelcina