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El alma ardiente como fuego encendido, no se apagará hasta consumirse; el hombre impúdico en su cuerpo carnal: no cejará hasta que el fuego le abrase; para el hombre impúdico todo pan es dulce, no descansará hasta haber muerto. (Eclesiástico 23, 17)
Según sea la leña, así arde el fuego, según su violencia, arde la disputa; según la fuerza del hombre es su furor y conforme a su riqueza sube su ira. (Eclesiástico 28, 10)
Riña súbita prende fuego, disputa precipitada vierte sangre. (Eclesiástico 28, 11)
Que el fuego de la ira devore al que se escape, y los que hacen daño a tu pueblo hallen la perdición. (Eclesiástico 36, 8)
También el herrero sentado junto al yunque, atento a los trabajos del hierro; el vaho del fuego sus carnes derrite, en el calor de la fragua se debate, el ruido del martillo le ensordece, y en el modelo del objeto tiene fijos sus ojos; pone su corazón en concluir sus obras, y sus vigilias en adornarlas al detalle. (Eclesiástico 38, 28)
De primera necesidad para la vida del hombre es el agua, el fuego, el hierro y la sal, la flor de harina de trigo, la leche y la miel, el jugo de uva, el aceite y el vestido. (Eclesiástico 39, 26)
Fuego y granizo, hambre y muerte, para el castigo ha sido creado todo esto. (Eclesiástico 39, 29)
En la boca del descarado la mendicidad resulta dulce, pero en su vientre es un fuego que abrasa. (Eclesiástico 40, 30)
Devora los montes, quema el desierto, y consume como fuego el verdor. (Eclesiástico 43, 21)
Lo vió el Señor y se irritó, y acabó con ellos en el ardor de su ira. Hizo prodigios contra ellos, devorándolos por el fuego de su llama. (Eclesiástico 45, 19)
Después surgió el profeta Elías como fuego, su palabra abrasaba como antorcha. (Eclesiástico 48, 1)
Por la palabra del Señor cerró los cielos, e hizo también caer fuego tres veces. (Eclesiástico 48, 3)