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También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Porque, después de haber dicho: (Hebreos 10, 15)
¿Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios, y tuvo como profana la sangre de la Alianza que le santificó, y ultrajó al Espíritu de la gracia? (Hebreos 10, 29)
Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. (Hebreos 12, 11)
Ofrezcamos sin cesar, por medio de él, a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que celebran su nombre. (Hebreos 13, 15)
Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta. (Santiago 2, 26)
Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. (Santiago 3, 14)
Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad. (Santiago 3, 16)
¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros? (Santiago 4, 5)
Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Venida del Señor. Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. (Santiago 5, 7)
Después oró de nuevo y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto. (Santiago 5, 18)
según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre. A vosotros gracia y paz abundantes. (I Pedro 1, 2)
procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos destinados a Cristo y las glorias que les seguirían. (I Pedro 1, 11)