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Todos ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. (Hebreos 11, 13)
y si hubieran pensado en aquella de la que habían salido, habrían tenido oportunidad de regresar. (Hebreos 11, 15)
Piensen en aquel que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. (Hebreos 12, 3)
Ustedes se han olvidado de la exhortación que Dios les dirige como a hijos suyos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, y cuando te reprenda, no te desalientes. (Hebreos 12, 5)
Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, (Hebreos 12, 22)
Salgamos nosotros también del campamento, para ir hacia él, cargando su deshonra. (Hebreos 13, 13)
Santiago, servidor de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión. (Santiago 1, 1)
apenas sale el sol y calienta con fuerza, la hierba se seca, su flor se marchita y desaparece su hermosura. Lo mismo sucederá con el rico en sus empresas. (Santiago 1, 11)
Dejen de lado, entonces, toda impureza y todo resto de maldad, y reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. (Santiago 1, 21)
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? (Santiago 2, 14)
Animales salvajes y pájaros, reptiles y peces de toda clase, han sido y son dominados por el hombre. (Santiago 3, 7)
De la misma boca salen la bendición y la maldición. Pero no debe ser así, hermanos. (Santiago 3, 10)