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Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín, y por eso fue reconocido como justo, y así lo atestiguó el mismo Diosal aceptar sus dones. Y por esa misma fe, él continúa hablando, aún después de su muerte. (Hebreos 11, 4)
Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. (Hebreos 11, 9)
Por la fe, los israelitas cruzaron el mar Rojo como si anduvieran por tierra firme, mientras los egipcios, que intentaron hacer lo mismo, fueron tragados por las olas. (Hebreos 11, 29)
Acuérdense de los que están presos, como si ustedes lo estuvieran con ellos, y de los que son maltratados, como si ustedes estuvieran en su mismo cuerpo. (Hebreos 13, 3)
No se dejen llevar de la avaricia, y conténtense con lo que tienen, porque el mismo Dios ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré. (Hebreos 13, 5)
Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre. (Hebreos 13, 8)
apenas sale el sol y calienta con fuerza, la hierba se seca, su flor se marchita y desaparece su hermosura. Lo mismo sucederá con el rico en sus empresas. (Santiago 1, 11)
Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. (Santiago 1, 26)
Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. (Santiago 2, 2)
Por lo tanto, si ustedes cumplen la Ley por excelencia que está en la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, proceden bien. (Santiago 2, 8)
Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta. (Santiago 2, 17)
Lo mismo sucede con los barcos: por grandes que sean y a pesar de la violencia de los vientos, mediante un pequeño timón, son dirigidos adonde quiere el piloto. (Santiago 3, 4)
