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  • Y mientras estaban comiendo, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo». (Marcos 14, 18)

  • Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. (Marcos 14, 47)

  • Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». (Marcos 14, 70)

  • Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. (Marcos 14, 71)

  • Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, (Marcos 15, 40)

  • Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo. (Marcos 16, 8)

  • Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. (Marcos 16, 10)

  • En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. (Marcos 16, 14)

  • Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. (Lucas 2, 33)

  • Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. (Lucas 2, 47)

  • Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». (Lucas 4, 22)

  • Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron (Lucas 4, 28)


“Pobres e desafortunadas as almas que se envolvem no turbilhão de preocupações deste mundo. Quanto mais amam o mundo, mais suas paixões crescem, mais queimam de desejos, mais se tornam incapazes de atingir seus objetivos. E vêm, então, as inquietações, as impaciências e terríveis sofrimentos profundos, pois seus corações não palpitam com a caridade e o amor. Rezemos por essas almas desafortunadas e miseráveis, para que Jesus, em Sua infinita misericórdia, possa perdoá-las e conduzi-las a Ele.” São Padre Pio de Pietrelcina