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Gracias a ella, se nos han concedido las más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de la naturaleza divina, sustrayéndose a la corrupción que reina en el mundo a causa de los malos deseos. (II Pedro 1, 4)
y que dirán: «¿Dónde está la promesa de su Venida? Nuestros padres han muerto y todo sigue como al principio de la creación». (II Pedro 3, 4)
A causa de esas aguas, el mundo de entonces pereció sumergido por el diluvio. (II Pedro 3, 6)
Esa misma palabra de Dios ha reservado el cielo y la tierra de ahora para purificarlos por el fuego en el día del Juicio y de la perdición de los impíos. (II Pedro 3, 7)
Sin embargo, el Día del Señor llegará como un ladrón, y ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente; los elementos serán desintegrados por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida. (II Pedro 3, 10)
Ya que todas las cosas se desintegrarán de esa manera, ¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, (II Pedro 3, 11)
Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. (II Pedro 3, 13)
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. (I Juan 1, 9)
En cuanto a ustedes, permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio: de esa manera, permanecerán también en el Hijo y en el Padre. (I Juan 2, 24)
La promesa que él nos hizo es esta: la Vida eterna. (I Juan 2, 25)
Pero la unción que recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Y ya que esa unción los instruye en todo, y ella es verdadera y no miente, permanezcan en él, como ella les ha enseñado. (I Juan 2, 27)
En esto reconocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne, procede de Dios. (I Juan 4, 2)