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  • Mientras tanto, Jacob estaba instalado en el territorio donde su padre había residido como extranjero, en la tierra de Canaán. (Génesis 37, 1)

  • Él le respondió: "Busco a mis hermanos. ¿Puedes decirme dónde están apacentando el rebaño?". (Génesis 37, 16)

  • Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, estos lo despojaron de su túnica -la túnica de mangas largas que llevaba puesta-, (Génesis 37, 23)

  • y regresando a donde estaban sus hermanos, dijo: "El muchacho ha desaparecido. ¿Dónde iré yo ahora?". (Génesis 37, 30)

  • Sus hijos y sus hijas venían a consolarlo, pero él rehusaba todo consuelo, diciendo: "No. Voy a bajar enlutado a donde está mi hijo, a la morada de los muertos". Y continuaba lamentándose. (Génesis 37, 35)

  • Tamar fue informada de que su suegro se dirigía hacia Timná, donde estaban esquilando su rebaño. (Génesis 38, 13)

  • Él le preguntó: "¿Qué debo dejarte?". "Tu sello con su cordón y el bastón que llevas en la mano", le respondió. Él se los entregó y se acostó con ella, dejándola embarazada. (Génesis 38, 18)

  • Entonces preguntó a la gente del lugar: "¿Dónde está esa prostituta que se sentaba en Enaim, al borde del camino?". Ellos le respondieron: "Allí nunca hubo una prostituta". (Génesis 38, 21)

  • Pero cuando la iban a sacar, ella mandó decir a su suegro: "Estas cosas pertenecen al hombre que me dejó embarazada. Averigua quién es el dueño de este sello, este cordón y ese bastón". (Génesis 38, 25)

  • hizo detener a José, y lo puso en la cárcel donde estaban recluidos los prisioneros del rey. Así fue a parar a la cárcel. (Génesis 39, 20)

  • y los hizo poner bajo custodia en la casa del capitán de guardias, en la misma cárcel donde estaba preso José. (Génesis 40, 3)

  • Al verlos, él los reconoció en seguida, pero los trató como si fueran extraños y les habló duramente. "¿De dónde vienen?", les preguntó. Ellos respondieron: "Venimos de Canaán para abastecernos de víveres". (Génesis 42, 7)


“Não se desencoraje se você precisa trabalhar muito para colher pouco. Se você pensasse em quanto uma só alma custou a Jesus, você nunca reclamaria!” São Padre Pio de Pietrelcina