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Después, una vez restablecido, David lo interrogó: «¿A quién perteneces y de dónde eres?» Respondió: «Soy un muchacho egipcio, esclavo de un amalecita. Mi señor me abandonó hace tres días porque enfermé. (1 Samuel 30, 13)
Eliseo entonces abandonó los bueyes, corrió tras Elías y le dijo: «Déjame ir a abrazar a mi padre y a mi madre y te seguiré.» Respondió Elías: «Vuélvete, si quieres; era algo sin importancia.» (1 Reyes 19, 20)
Cuando pasaba el rey, exclamó: «Oh rey, yo, tu siervo, había llegado al centro de la batalla cuando uno abandonó las filas, me trajo un hombre y me dijo: Custodia a este hombre; si se te escapa, responderás con tu vida, o pagarás un talento de plata. (1 Reyes 20, 39)
Abandonó a Yavé, Dios de sus padres, y no anduvo por sus caminos. (2 Reyes 21, 22)
Pero él abandonó el consejo que los ancianos le aconsejaron y les pidió consejo a los jóvenes que se habían criado con él y estaban a su servicio. (2 Crónicas 10, 8)
Cuando Roboam se sintió firme y fuerte en su reino, abandonó la Ley de Yavé y con él todo Israel. (2 Crónicas 12, 1)
El profeta Semaías vino a Roboam y a los jefe de Judí que se habían reunido en Jerusalén para hacer frente a Sosaq y les dijo: «Así dice Yavé: Ustedes me han abandonado y por esto también yo los abandono en manos de Sosaq.» (2 Crónicas 12, 5)
Sin embargo, cuando los príncipes de Babilonia enviaron embajadores para enterarse de la señal maravillosa ocurrida en el país, Yavé lo abandonó para probarlo y descubrir todo lo que tenía en su corazón. (2 Crónicas 32, 31)
abandonó su morada de Silo, que era su tienda, plantada entre los hombres. (Salmos 78, 60)
En aquellos días, Matatías, hijo de Juan, sacerdote de la familia de Jarib, abandonó Jerusalén y fue a establecerse en Modín. (1 Macabeos 2, 1)
y cada uno abandonó su lugar para irse a su tierra. (1 Macabeos 10, 13)
La Sabiduría no abandonó al justo cuando lo vendieron: lo preservó del pecado. (Sabiduría 10, 13)