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Todos los años, Elcaná subía desde su ciudad al santuario de Silo para adorar a Yavé y ofrecerle sacrificios. Allí estaban los sacerdotes de Yavé, Jofni y Finjas, que eran hijos de Helí. (1 Samuel 1, 3)
Como ella estuviese orando mucho rato, el sacerdote Helí, que estaba sentado ante la puerta del Santuario, se puso a mirarla. (1 Samuel 1, 12)
Helí le respondió: «Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido.» (1 Samuel 1, 17)
Sacrificaron el novillo, y Ana presentó al niño, todavía pequeño, a Helí, (1 Samuel 1, 25)
Elcaná volvió a Ramá y el niño quedó al servicio de Yavé, bajo la responsabilidad del sacerdote Helí. (1 Samuel 2, 11)
Los hijos de Helí eran unos pillos que no se preocupaban de Yavé ni de comportarse como sacerdotes frente al pueblo. (1 Samuel 2, 12)
Helí bendecía a Elcaná y a su esposa, diciendo: «Que Yavé te conceda otros hijos de esta tu esposa a cambio del niño que ella ha ofrecido.» Y ellos regresaban a su casa. (1 Samuel 2, 20)
Helí era ya muy anciano y supo todo lo que sus hijos hacían con la gente del pueblo y cómo dormían con las mujeres que velaban ante la Tienda de las Citas. (1 Samuel 2, 22)
Un hombre de Dios vino a Helí con este mensaje: «Así dice Yavé: Me di a conocer a la familia de Aarón, tu padre, cuando estaban en Egipto al servicio del Faraón, (1 Samuel 2, 27)
El niño Samuel estaba al servicio de Yavé y vivía junto a Helí. En aquel tiempo raras veces se oía la palabra de Yavé. Las visiones no eran frecuentes. (1 Samuel 3, 1)
Cierto día, Helí estaba acostado en su habitación, sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver. (1 Samuel 3, 2)
y corrió donde Helí diciendo: «Aquí estoy, pues me has llamado.» Pero Helí le contestó: «Yo no te he llamado; vuelve a acostarte.» El se fue y volvió a acostarse. (1 Samuel 3, 5)