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Pobre del que se atreve a gritarle a su padre: «¿Qué clase de hijo tienes?» O a su madre: «¿Qué es lo que has dado a luz?» (Isaías 45, 10)
Yo sabía que eres porfiado, que tu cuello es como una barra de hierro y que tienes la frente como de bronce. (Isaías 48, 4)
Esto lo has visto, lo has oído. ¿No tienes que confesarlo? Ahora te revelo cosas nuevas y secretas que tú no conocías. (Isaías 48, 6)
Atiéndanme, ustedes que andan derecho, pueblo mío que tienes mi ley en tu corazón. No teman las injurias de los hombres ni se desmoralicen por sus insultos. (Isaías 51, 7)
Yo, yo soy el que te consuela. ¿Por qué tienes miedo a los hombres que mueren, a un hijo de hombre que desaparecerá como el pasto? (Isaías 51, 12)
«Oye pueblo estúpido y tonto, que tienes ojos y no ves, orejas y no oyes.» (Jeremías 5, 21)
Yavé, tú tienes siempre la razón cuando yo hablo contigo, y, sin embargo, hay un punto que quiero discutir: ¿Por qué tienen suerte los malos y son felices los traidores? (Jeremías 12, 1)
¡Aquí me tienes, tú que dominas el valle, como peñon en la llanura! dice Yavé. Tú decías: «¿Quién nos asaltará y penetrará en nuestros refugios?» (Jeremías 21, 13)
pues tienes que entregar un mensaje al rey de Edom, al rey de Moab, al rey de los amonitas, al rey de Tiro y al rey de Sidón, por medio de sus embajadores que acaban de llegar a Jerusalén para entrevistarse con Sedecías, rey de Judá. (Jeremías 27, 3)
En efecto, de acuerdo a las palabras de Yavé, Hanamel, mi primo, vino a verme al patio de la guardia y me dijo: «Compra mi campo de Anatot, pues tú tienes el derecho de propiedad y el rescate te interesa; cómpralo.» Comprendí, entonces, que era una orden de Yavé; (Jeremías 32, 8)
grande en tus proyectos y poderoso en tus realizaciones; tú tienes los ojos fijos en la conducta de los humanos para pagar a cada uno según su conducta y según el fruto de sus obras! 20 Tú que realizaste maravillas y prodigios, primero en Egipto y luego en Israel y en la humanidad entera hasta hoy, te has hecho famoso con todo eso, como se puede ver actualmente. (Jeremías 32, 19)
El rey Sedecías mandó a buscarlo y lo interrogó en secreto, en su palacio: «¿Acaso tienes una palabra de Yavé?» «Sí», respondió Jeremías, y agregó: «Serás entregado en manos del rey de Babilonia.» (Jeremías 37, 17)