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Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; ¡un rey en esas trenzas está preso! (Cantar 7, 6)
- ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido. (Isaías 49, 15)
Pues la nación y el reino que no se sometan a ti perecerán, esas naciones serán arruinadas por completo. (Isaías 60, 12)
Luego venís y os paráis ante mí en esta Casa llamada por mi Nombre y decís: «¡Estamos seguros!», para seguir haciendo todas esas abominaciones. (Jeremías 7, 10)
he aquí el grito lastimero de la hija de mi pueblo desde todos los rincones del país: «¿No está Yahveh en Sión? ¿su Rey no mora ya en ella? (¿Por qué me han irritado con sus ídolos, con esas Vanidades traídas del extranjero?) (Jeremías 8, 19)
Hijo de hombre, los que habitan esas ruinas, en el suelo de Israel, dicen: «Uno solo era Abraham y obtuvo en posesión esta tierra. Nosotros somos muchos; a nosotros se nos ha dado esta tierra en posesión.» (Ezequiel 33, 24)
Daniel se echó a reír y, deteniendo al rey para que no entrara más adentro, le dijo: «Mira, mira al suelo, y repara de quién son esas huellas.» (Daniel 14, 19)
no visitaré yo a vuestras hijas porque se prostituyan ni a vuestras nueras porque cometan adulterio, pues que ellos también se retiran con esas prostitutas y sacrifican con las consagradas a la prostitución; ¡y el pueblo, insensato, se pierde! (Oseas 4, 14)
Vosotros llevaréis a Sakkut, vuestro rey, y la estrella de vuestro dios, Keván, esas imágenes que os habéis fabricado; (Amós 5, 26)
Continuó Ageo: «Si alguien, que se ha hecho impuro por el contacto de un cadáver, toca alguna de esas cosas, ¿ queda ella impura?» Respondieron los sacerdotes y dijeron: «Sí, queda impura.» (Ageo 2, 13)
Tomó éste la palabra y habló así a los que estaban delante de él: «¡Quitadle esas ropas sucias y ponedle vestiduras de fiesta; le dijo: «Mira, yo he pasado por alto tu culpa.» (Zacarías 3, 4)
Dije entonces al ángel que hablaba conmigo: «¿A dónde llevan ésas la medida?» (Zacarías 5, 10)