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Mis queridos hermanos, escuchad. ¿No ha elegido Dios a los pobres según el mundo para ser ricos en la fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? (Santiago 2, 5)
Si cumplís la ley regia de la Escritura que dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, hacéis bien. (Santiago 2, 8)
Porque el juicio será sin misericordia para el que no ha tenido misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio. (Santiago 2, 13)
Lo mismo es la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma. (Santiago 2, 17)
Por el contrario, alguien dirá: "Tú tienes la fe, y yo las obras. Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras, y yo con mis obras te mostraré la fe". (Santiago 2, 18)
De la misma manera que el cuerpo sin el alma está muerto, así la fe sin las obras está muerta. (Santiago 2, 26)
De la misma manera las naves, que, aun siendo tan grandes y azotadas por vientos impetuosos, son dirigidas por un pequeño timón, según la voluntad del piloto. (Santiago 3, 4)
De la misma boca salen las bendiciones y las maldiciones. Pero no debe ser así, hermanos míos. (Santiago 3, 10)
¿Acaso una fuente echa por el mismo caño agua dulce y amarga? (Santiago 3, 11)
La sabiduría de arriba, por el contrario, es ante todo pura, pacífica, condescendiente, conciliadora, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. (Santiago 3, 17)
Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad de Dios? El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. (Santiago 4, 4)
acercaos a Dios, y se acercará a vosotros; lavaos las manos, pecadores, purificad vuestros corazones, gentes de alma doble, y reconoced vuestra miseria; llorad y clamad; (Santiago 4, 8)