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Tú ves que la fe cooperaba con las obras y que la fe se hizo perfecta con las obras. (Santiago 2, 22)
Veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no sólo por la fe. (Santiago 2, 24)
De la misma manera que el cuerpo sin el alma está muerto, así la fe sin las obras está muerta. (Santiago 2, 26)
Todos faltamos de muchas maneras. Si uno no falta en las palabras, es un hombre perfecto, capaz de refrenar también todo su cuerpo. (Santiago 3, 2)
La lengua es también de fuego; el mundo de la injusticia. La lengua puesta en medio de nuestros miembros infecta todo nuestro cuerpo y prende fuego al curso de nuestra vida, cuando ella está incendiada con el fuego del infierno. (Santiago 3, 6)
Pero nadie ha podido domar nunca la lengua: es un azote irrefrenable, llena de veneno mortífero. (Santiago 3, 8)
Hermanos, tomad como modelos de constancia y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor. (Santiago 5, 10)
¿Está enfermo? Que llame a los presbíteros de la Iglesia para que recen por él y lo unjan con aceite en nombre del Señor. (Santiago 5, 14)
La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido. (Santiago 5, 15)
Confesaos los pecados unos a otros y rezad unos por otros, para que os curéis. La oración fervorosa del justo tiene un gran poder. (Santiago 5, 16)
Elías era un hombre de vuestra misma condición: oró fervorosamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. (Santiago 5, 17)
a los que el poder divino asegura mediante la fe la salvación que ha de manifestarse en los últimos tiempos. (I Pedro 1, 5)
