Talált 304 Eredmények: mujeres

  • Se estableció con sus hombres junto a Aquís, en Gat, cada uno con su familia; David con sus dos mujeres: Ajinoán de Yezrael y Abigaíl, la mujer de Nabal del Carmelo. (I Samuel 27, 3)

  • Habían hecho prisioneros a las mujeres y a todos los demás, chicos y grandes, pero sin matar a nadie. Los habían llevado y proseguían su camino. (I Samuel 30, 2)

  • Cuando David y sus hombres llegaron a la ciudad y vieron que había sido quemada y que sus mujeres, sus hijos e hijas habían sido llevados prisioneros, (I Samuel 30, 3)

  • También las dos mujeres de David, Ajinoán de Yezrael y Abigaíl, mujer de Nabal del Carmelo, habían sido hechas prisioneras. (I Samuel 30, 5)

  • David salvó todo lo que habían tomado los amalecitas y libertó también a sus dos mujeres. (I Samuel 30, 18)

  • estoy angustiado por ti, hermano mío, Jonatán, amigo queridísimo; tu amor era para mí más dulce que el amor de mujeres. (II Samuel 1, 26)

  • David fue allá con sus dos mujeres, Ajinoán de Yezrael y Abigaíl, la mujer de Nabal del Carmelo. (II Samuel 2, 2)

  • David tomó todavía más concubinas y mujeres en Jerusalén, después de haber venido de Hebrón, y le nacieron hijos e hijas. (II Samuel 5, 13)

  • Y distribuyó a todos los israelitas presentes, hombres y mujeres, una torta de pan a cada uno, un pedazo de carne y un racimo de uvas pasas; luego todo el pueblo se fue cada uno a su casa. (II Samuel 6, 19)

  • te he dado la casa de tu señor y puse en tus brazos las mujeres de tu señor, y te he dado la casa de Israel y de Judá, y, por si esto fuera poco, te añadiré todavía más. (II Samuel 12, 8)

  • Esto dice el Señor: Yo haré surgir el mal de tu propia casa; tomaré ante tus propios ojos a tus mujeres y se las daré a tu prójimo, que se acostará con tus mujeres a plena luz del sol. (II Samuel 12, 11)

  • Joab se presentó al rey, en su casa, y le dijo: "Hoy cubres de vergüenza a tus siervos, que han salvado hoy tu vida, la vida de tus hijos y de tus hijas, la de tus mujeres y tus concubinas, (II Samuel 19, 6)


O maldito “eu” o mantém apegado à Terra e o impede de voar para Jesus. São Padre Pio de Pietrelcina