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Sobre todo, ámense profundamente los unos a los otros, porque el amor cubre todos los pecados. (I Pedro 4, 8)
Su poder divino, en efecto, nos ha concedido gratuitamente todo lo necesario para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquel que nos llamó por la fuerza de su propia gloria. (II Pedro 1, 3)
Por esta misma razón, pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento; (II Pedro 1, 5)
Y haré todo lo posible para que, después de mi partida, ustedes se acuerden siempre de estas cosas. (II Pedro 1, 15)
Pero tengan presente, ante todo, que nadie puede interpretar por cuenta propia una profecía de la Escritura. (II Pedro 1, 20)
sobre todo, a los que, llevados por sus malos deseos, corren detrás de los placeres carnales y desprecian la Soberanía. Estos hombres audaces y arrogantes no tienen miedo de blasfemar contra los ángeles caídos, (II Pedro 2, 10)
y que dirán: «¿Dónde está la promesa de su Venida? Nuestros padres han muerto y todo sigue como al principio de la creación». (II Pedro 3, 4)
Sin embargo, el Día del Señor llegará como un ladrón, y ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente; los elementos serán desintegrados por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida. (II Pedro 3, 10)
Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. (I Juan 1, 7)
Porque todo lo que hay en el mundo -los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de la riqueza- no viene del Padre, sino del mundo. (I Juan 2, 16)
Pero la unción que recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Y ya que esa unción los instruye en todo, y ella es verdadera y no miente, permanezcan en él, como ella les ha enseñado. (I Juan 2, 27)
Si ustedes saben que él es justo, sepan también que todo el que practica la justicia ha nacido de él. (I Juan 2, 29)