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  • él merece la confianza de Dios que le dio este cargo, lo mismo que la mereció Moisés en la casa de Dios. (Carta a los Hebreos 3, 2)

  • cuando me tentaron sus padres, me pusieron a prueba y vieron mis prodigios (Carta a los Hebreos 3, 9)

  • durante cuarenta años. Por eso me cansé de aquella generación y dije: Siempre andan extraviados, no han conocido mis caminos. (Carta a los Hebreos 3, 10)

  • Tenemos, pues, un Sumo Sacerdote excepcional, que ha entrado en el mismo cielo, Jesús, el Hijo de Dios. Esto es suficiente para que nos mantengamos firmes en la fe que profesamos. (Carta a los Hebreos 4, 14)

  • Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno. (Carta a los Hebreos 4, 16)

  • Y tampoco Cristo se atribuyó la dignidad de sumo sacerdote, sino que se la otorgó aquel que dice: Tú eres mi Hijo; te he dado vida hoy mismo. (Carta a los Hebreos 5, 5)

  • En los días de su vida mortal, presentó ruegos y súplicas a aquel que podía salvarlo de la muerte; este fue su sacrificio, con grandes clamores y lágrimas, y fue escuchado por su religiosa sumisión. (Carta a los Hebreos 5, 7)

  • conforme a la misión que recibió de Dios: sacerdote a semejanza de Melquisedec. (Carta a los Hebreos 5, 10)

  • Solamente deseamos que cada uno demuestre hasta el fin el mismo interés por alcanzar lo que han esperado. (Carta a los Hebreos 6, 11)

  • Esta es nuestra ancla espiritual, segura y firme, que se fijó más allá de la cortina del Templo, en el santuario mismo. (Carta a los Hebreos 6, 19)

  • Solamente los sacerdotes de la tribu de Leví están facultados por la Ley para cobrar el diezmo de manos del pueblo, es decir, de sus hermanos de la misma raza de Abrahán. (Carta a los Hebreos 7, 5)

  • pues la Ley no trajo nada definitivo, y al mismo tiempo se nos abre una esperanza mucho mejor: la de tener acceso a Dios. (Carta a los Hebreos 7, 19)


“Há alegrias tão sublimes e dores tão profundas que não se consegue exprimir com palavras. O silêncio é o último recurso da alma, quando ela está inefavelmente feliz ou extremamente oprimida!” São Padre Pio de Pietrelcina