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  • ¡Montañas de Gelboé, que no caiga sobre ustedes rocío ni lluvia, ni se cubran de campos fructíferos! Porque allí fue mancillado el escudo de los héroes, el escudo de Saúl, ungido no con aceite, sino con sangre de heridos y grasas de guerreros. (II Samuel 1, 21)

  • ¡El arco de Jonatán no retrocedió jamás, nunca fallaba la espada de Saúl! (II Samuel 1, 22)

  • ¡Saúl y Jonatán, amigos tan queridos, inseparables en la vida y en la muerte! Eran más veloces que águilas, más fuertes que leones. (II Samuel 1, 23)

  • Hijas de Israel, lloren por Saúl, el que las vestía de púrpura y de joyas y les prendía alhajas de oro en los vestidos. (II Samuel 1, 24)

  • Luego vinieron los hombres de Judá, y ungieron allí a David como rey sobre la casa de Judá. Cuando informaron a David que los hombres de Iabés de Galaad habían sepultado a Saúl, (II Samuel 2, 4)

  • él les envió unos mensajeros para decirles: "Que el Señor los bendiga por haber realizado este acto de fidelidad hacia Saúl, su señor, dándole sepultura. (II Samuel 2, 5)

  • Manténganse firmes y sean valientes, ahora que ha muerto Saúl, su señor, y la casa de Judá me ha ungido a mí para que sea su rey". (II Samuel 2, 7)

  • Pero Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Saúl, había tomado a Isbaal, hijo de Saúl, y lo había hecho cruzar a Majanaim, (II Samuel 2, 8)

  • Isbaal, hijo de Saúl, tenía cuarenta años cuando comenzó a reinar sobre Israel, y reinó dos años. Sólo la casa de Judá seguía a David. (II Samuel 2, 10)

  • Abner, hijo de Ner, y los servidores de Isbaal, hijo de Saúl, salieron de Majanaim en dirección a Gabaón. (II Samuel 2, 12)

  • Ellos se levantaron y avanzaron uno por uno: doce de Benjamín por Isbaal, hijo de Saúl, y doce entre los servidores de David. (II Samuel 2, 15)

  • Hubo una larga guerra entre la casa de Saúl y la de David; y mientras la casa de David se iba fortaleciendo, la de Saúl se debilitaba cada vez más. (II Samuel 3, 1)


“Os talentos de que fala o Evangelho são os cinco sentidos, a inteligência e a vontade. Quem tem mais talentos, tem maior dever de usá-los para o bem dos outros.” São Padre Pio de Pietrelcina