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  • La sabiduría hace más fuerte al sabio que diez magistrados de una ciudad. (Eclesiastés 7, 19)

  • La Amada: Mi amado es apuesto y sonrosado, se distingue entre diez mil. (Cantar 5, 10)

  • durante diez meses tomé consistencia en su sangre, gracias al semen paterno y al placer que va acompañado del sueño. (Sabiduría 7, 2)

  • Lo que él teme son los ojos de los hombres, y no sabe que los ojos del Señor son diez mil veces más luminosos que el sol, que observan todos los caminos de los hombres y penetran en los rincones más ocultos. (Eclesiástico 23, 19)

  • Esta es la sentencia del Señor para todo ser viviente: ¿por qué oponerse a la voluntad del Altísimo? Aunque vivas diez, cien o mil años, en el Abismo no te echarán en cara lo que hayas vivido. (Eclesiástico 41, 4)

  • Por eso, lo glorificaron por los diez mil, y lo alabaron por las bendiciones del Señor, ofreciéndole una diadema de gloria. (Eclesiástico 47, 6)

  • Porque diez yugadas de viña no darán más que un tonel, y diez medidas de semilla producirán una sola. (Isaías 5, 10)

  • En el reloj de sol de Ajaz, yo haré retroceder diez grados la sombra que ya ha descendido". Y el sol retrocedió en el reloj los diez grados que había descendido. (Isaías 38, 8)

  • Ahora bien, en el séptimo mes, Ismael, hijo de Natanías, hijo de Elisamá, que era de estirpe real, fue con diez hombres a Mispá, a ver a Godolías, hijo de Ajicám, y comieron todos juntos allí en Mispá. (Jeremías 41, 1)

  • De pronto, Ismael, hijo de Natanías, se levantó con los diez hombres que lo acompañaban, e hirieron con la espada a Godolías, hijo de Ajicám, hijo de Safán: así hicieron morir a quien el rey de Babilonia había designado gobernador del país. (Jeremías 41, 2)

  • Entre ellos se encontraban diez hombres, que dijeron a Ismael: "No nos mates, porque tenemos escondido en el campo trigo, cebada, aceite y miel". Y él desistió de hacerlos morir junto con sus hermanos. (Jeremías 41, 8)

  • Al cabo de diez días, la palabra del Señor llegó a Jeremías. (Jeremías 42, 7)


“Ouço interiormente uma voz que constantemente me diz: Santifique-se e santifique!” São Padre Pio de Pietrelcina