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Hizo el mal a los ojos de Yavé, su Dios, y no se humilló ante el profeta Jeremías que le hablaba en nombre de Yavé. (2 Crónicas 36, 12)
y los dirigentes de los judíos continuaron reconstruyendo con éxito, según lo dicho por el profeta Ageo, y Zacarías, hijo de Idó; y dieron término a la obra, según la orden del Dios de Israel y los decretos de Ciro y Darío. (Esdras 6, 14)
Josabías y con él Isaías, de entre los hijos de Merarí, sus hermanos y sus hijos, en total veinte; (Esdras 8, 19)
Los hijos de Benjamín eran: Salú, hijo de Mesulam, hijo de Yoed, hijo de Pedaías, hijo de Colaías, hijo de Maaseías, hijo de Itiel, hijo de Isaías, (Nehemías 11, 7)
muy triste, acordándome de las palabras que el profeta Amós dijo contra Betel: «Sus fiestas se convertirán en duelo, y sus canciones en llanto.» (Tobías 2, 6)
Depositaron las piedras de dicho altar en el cerro del Templo, en lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que diera respuesta sobre el caso. (1 Macabeos 4, 46)
También el rey tomó en cuenta el que los judíos y los sacerdotes habían resuelto que Simón fuera su jefe y Sumo Sacerdote hasta la aparición de un profeta digno de fe. (1 Macabeos 14, 41)
Se encuentra en los archivos que el profeta Jeremías mandó a los desterrados que tomaran el fuego, como ya lo dijimos. (2 Macabeos 2, 1)
Se dice también en estos escritos del pasado que el profeta Jeremías, obedeciendo a órdenes del Cielo, se hizo acompañar por el Arca de la Alianza con su toldo y fue al cerro donde Moisés había subido y desde el cual había contemplado la tierra prometida. (2 Macabeos 2, 4)
Entonces el sumo sacerdote Onías había dicho a Judas: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ruega sin cesar por el pueblo judío y por la Ciudad Santa. Es Jeremías, el profeta de Dios.» (2 Macabeos 15, 14)
La sabiduría hizo que lo que ellos emprendían tuviera éxito gracias a un santo profeta. (Sabiduría 11, 1)
¡Qué valiente en la guerra era ese Josué, hijo de Nun, que reemplazó a Moisés como profeta! Como lo dice su nombre, fue grandioso cuando se trataba de librar a los elegidos de Dios. Se vengó de los enemigos que lo atacaban e instaló a Israel en su territorio. (Sirácides (Eclesiástico) 46, 1)