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  • Y les decía: «Quédense en la primera casa en que les den alojamiento, hasta que se vayan de ese sitio. (Evangelio según San Marcos 6, 10)

  • Se va, entonces, y regresa con otros siete espíritus peores que él; entran y se quedan allí. De tal modo que la nueva condición de la persona es peor que la primera.» (Evangelio según San Lucas 11, 26)

  • Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. (Evangelio según San Juan 2, 11)

  • Jesús les respondió: «Esta no es más que mi primera intervención, y todos ustedes están desconcertados. (Evangelio según San Juan 7, 21)

  • Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra.» (Evangelio según San Juan 8, 7)

  • Al enterarse Jacob de que había trigo en Egipto, mandó allí a nuestros padres una primera vez. (Hecho de los Apóstoles 7, 12)

  • y apenas lo encontró lo llevó a Antioquía. En esta Iglesia trabajaron juntos durante un año entero, instruyendo a muchísima gente, y fue en Antioquía donde los discípulos por primera vez recibieron el nombre de cristianos. (Hecho de los Apóstoles 11, 26)

  • Pasaron la primera y la segunda guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió sola. Salieron y se metieron por un callejón, y de repente lo dejó el ángel. (Hecho de los Apóstoles 12, 10)

  • Aquí hay una figura, y reconocemos dos alianzas. La primera, la del monte Sinaí, es Agar, que da a luz a esclavos. (Carta a los Gálatas 4, 24)

  • La primera vez que presenté mi defensa, nadie estuvo a mi lado, todos me abandonaron. ¡Que Dios no se lo tenga en cuenta! (2º Carta a Timoteo 4, 16)

  • Si la primera alianza no mereciera críticas, no habría que buscar otra. (Carta a los Hebreos 8, 7)

  • Se nos habla de una alianza nueva, lo que significa que la primera ha quedado anticuada, y lo que es anticuado y viejo está a punto de desaparecer. (Carta a los Hebreos 8, 13)


“Pobres e desafortunadas as almas que se envolvem no turbilhão de preocupações deste mundo. Quanto mais amam o mundo, mais suas paixões crescem, mais queimam de desejos, mais se tornam incapazes de atingir seus objetivos. E vêm, então, as inquietações, as impaciências e terríveis sofrimentos profundos, pois seus corações não palpitam com a caridade e o amor. Rezemos por essas almas desafortunadas e miseráveis, para que Jesus, em Sua infinita misericórdia, possa perdoá-las e conduzi-las a Ele.” São Padre Pio de Pietrelcina