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Además, mandó construir en Jerusalén máquinas de guerra ideadas por expertos, para ser colocadas sobre las torres y los ángulos, a fin de arrojar flechas y grandes piedras. Su fama se extendió hasta muy lejos, porque con la ayuda extraordinaria de Dios llegó a hacerse fuerte. (II Crónicas 26, 15)
Él tenía bajo sus órdenes a Eden, Miniamín, Josué, Semaías, Amarías y Secanías, repartidos permanentemente en las ciudades sacerdotales para proveer a sus hermanos, tanto pequeños como grandes, según sus clases: (II Crónicas 31, 15)
Todos los objetos de la Casa de Dios, grandes y pequeños, los tesoros de la Casa del Señor, y los tesoros del rey y de sus jefes, todo se lo llevó a Babilonia. (II Crónicas 36, 18)
Ellos cantaban al Señor, alabándolo y dándole gracias: "Porque él es bueno, porque es eterno su amor hacia Israel". Y todo el pueblo prorrumpía en grandes aclamaciones, alabando al Señor, porque se ponían los cimientos de la Casa del Señor. (Esdras 3, 11)
No se podía distinguir entre las aclamaciones de júbilo y el llanto de la gente, porque las aclamaciones del pueblo eran tan grandes que se oían desde lejos. (Esdras 3, 13)
Todo el pueblo se fue a comer y a beber, a repartir porciones y a hacer grandes festejos, porque habían comprendido las palabras que les habían enseñado. (Nehemías 8, 12)
Pero después fueron indóciles y se rebelaron contra ti: arrojaron tu Ley a sus espaldas, mataron a los profetas que los conminaban a volver a ti, y cometieron grandes ultrajes. (Nehemías 9, 26)
Durante su reinado, en medio de los grandes bienes que les concediste, y en la tierra espaciosa y fértil que les entregaste, ellos no te sirvieron ni se convirtieron de sus malas acciones. (Nehemías 9, 35)
Yo mandé entonces a los jefes de Judá que subieran a las murallas y organicé dos grandes coros. El primero avanzaba por encima de las murallas hacia la derecha, en dirección de la puerta del Basural. (Nehemías 12, 31)
Aquel día, se ofrecieron grandes sacrificios y hubo mucha alegría, porque Dios les había dado un gran motivo de gozo. También las mujeres y los niños compartían la alegría, y el regocijo de Jerusalén se oía desde lejos. (Nehemías 12, 43)
Y toda la asamblea prorrumpió en un amargo llanto, implorando a grandes voces al Señor Dios. (Judit 7, 29)
Cuando terminó de hablar, el pueblo la aclamó dando grandes vítores, y los gritos de júbilo se extendieron por toda la ciudad. (Judit 14, 9)