Löydetty 357 Tulokset: nuestros

  • Todo esto aconteció simbólicamente para ejemplo nuestro, a fin de que no nos dejemos arrastrar por los malos deseos, como lo hicieron nuestros padres. (I Corintios 10, 6)

  • y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto, (I Corintios 12, 23)

  • Les he transmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. (I Corintios 15, 3)

  • el que también nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones las primicias del Espíritu. (II Corintios 1, 22)

  • Ustedes mismos son nuestra carta, una carta escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres. (II Corintios 3, 2)

  • Porque el mismo Dios que dijo: «Brille la luz en medio de las tinieblas», es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo. (II Corintios 4, 6)

  • Con ellos, les enviamos a otro de nuestros hermanos, cuyo celo hemos comprobado muchas veces y de varias maneras, y que ahora se muestra más solícito todavía, por la confianza que les tiene. (II Corintios 8, 22)

  • A los que dicen eso, les respondo: Lo que somos en nuestras cartas, cuando estamos ausentes, también lo seremos con nuestros actos, cuando estemos presentes. (II Corintios 10, 11)

  • que se entregó por nuestros pecados para librarnos de este mundo perverso, conforme a la voluntad de Dios, nuestro Padre, (Gálatas 1, 4)

  • Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gálatas 4, 6)

  • Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe. (Gálatas 6, 10)

  • Todos nosotros también nos comportábamos así en otro tiempo, viviendo conforme a nuestros deseos carnales y satisfaciendo las apetencias de la carne y nuestras malas inclinaciones, de manera que por nuestra condición estábamos condenados a la ira, igual que los demás. (Efesios 2, 3)


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