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Entonces el espíritu descendió sobre Amasai, el jefe de los Treinta, y este exclamó: "¡Estamos de tu parte, David! ¡Estamos contigo, hijo de Jesé! ¡Paz, paz para ti, y paz para el que te ayuda! ¡Porque tu Dios viene en tu auxilio!". David les dio la bienvenida y los puso al frente de sus divisiones. (I Crónicas 12, 19)
Entonces el rey David fue a sentarse delante del Señor y exclamó: "¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa para que me hayas hecho llegar hasta aquí? (I Crónicas 17, 16)
El rey Joás no se acordó de la fidelidad que le había profesado Iehoiadá, padre de Zacarías, e hizo matar a su hijo, el cual exclamó al morir: "¡Que el Señor vea esto y les pida cuenta!". (II Crónicas 24, 22)
Tobit exclamó: "¡Bendito seas, hermano!". Después llamó a su hijo y le dijo: "Hijo mío, prepara lo necesario para el viaje y parte con tu hermano. El Dios que está en el cielo los proteja y los haga volver a mi lado sanos y salvos. ¡Que su ángel los acompañe con su protección, hijo mío!". Tobías salió para ponerse en camino, y abrazó a su padre y a su madre. Tobit le dijo: "¡Buen viaje!". (Tobías 5, 17)
Todo el pueblo, postrándose, adoró a Dios y exclamó: (Judit 6, 18)
y acercándose al lecho, lo tomó por la cabellera y exclamó: "¡Fortaléceme en esta hora, Dios de Israel!". (Judit 13, 7)
Apenas lo reanimaron, se arrojó a los pies de Judit y, postrándose ante ella, exclamó: "Bendita seas en todos los campamentos de Judá y en todas las naciones, las que al escuchar tu nombre, quedarán asombradas. (Judit 14, 7)
Cuando el rey volvió del jardín del palacio a la sala del banquete, Amán estaba tendido sobre el diván donde se recostaba Ester. Entonces el rey exclamó: "¡Y todavía se atreve a violar a la reina estando yo en la casa!". Apenas el rey pronunció esta palabra, se abalanzaron sobre Amán y le taparon el rostro, (Ester 7, 8)
y exclamó: "Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!". (Job 1, 21)
Tomó la palabra y exclamó: (Job 3, 2)
Matatías exclamó: "¡Ay de mí! ¿Para esto he nacido? ¿Para ver la ruina de mi pueblo y la destrucción de la Ciudad santa? ¿Para quedarme sentado en ella, mientras es entregada al poder del enemigo y el Santuario está en manos de extranjeros? (I Macabeos 2, 7)
Entonces exclamó: "¿Podremos hallar otro hombre como este? ¡Hagámoslo ahora mismo nuestro amigo y nuestro aliado!". (I Macabeos 10, 16)