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El que habla en nombre propio busca su propia gloria. Pero el que busca la gloria del que lo ha enviado, ése es un hombre sin maldad y que dice la verdad.» (Evangelio según San Juan 7, 18)
Entonces Jesús dijo en voz muy alta mientras enseñaba en el Templo: «Ustedes dicen que me conocen. Ustedes saben de dónde vengo. Sepan que yo no he venido por mi propia cuenta: quien me envía es el Verdadero, y ustedes no lo conocen. (Evangelio según San Juan 7, 28)
Jesús les replicó: «Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían a mí, porque yo he salido de Dios para venir aquí. No he venido por iniciativa propia, sino que él mismo me ha enviado. (Evangelio según San Juan 8, 42)
Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo decir. (Evangelio según San Juan 12, 49)
Por lo tanto, Dios lo va a a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto. (Evangelio según San Juan 13, 32)
Así fue como se llevaron a Jesús. Cargando con su propia cruz, salió de la ciudad hacia el lugar llamado Calvario (o de la Calavera), que en hebreo se dice Gólgota. (Evangelio según San Juan 19, 17)
Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados (Hecho de los Apóstoles 2, 6)
Cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa. (Hecho de los Apóstoles 2, 8)
Cuiden de sí mismos y de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les ha puesto como obispos (o sea, supervisores): pastoreen la Iglesia del Señor, que él adquirió con su propia sangre. (Hecho de los Apóstoles 20, 28)
Entonces agregó: «El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, veas al Justo y oigas su propia voz. (Hecho de los Apóstoles 22, 14)
Los hombres, asimismo, dejan la relación natural con la mujer y se apasionan los unos por los otros; practican torpezas varones con varones, y así reciben en su propia persona el castigo merecido por su aberración. (Carta a los Romanos 1, 27)
y así demuestran que las exigencias de la Ley están grabadas en sus corazones. Serán juzgados por su propia conciencia, y los acusará o los aprobará su propia razón (Carta a los Romanos 2, 15)