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Si el justo se salva a duras penas, ¿dónde se presentarán el pecador y el impío? (1º Carta de Pedro 4, 18)
Por ellas nos ha concedido lo más grande y precioso que se pueda ofrecer: ustedes llegan a ser partícipes de la naturaleza divina, escapando de la corrupción que en este mundo va a la par con el deseo. (2º Carta de Pedro 1, 4)
Me parece bueno avivar su memoria mientras esté en la presente morada, (2º Carta de Pedro 1, 13)
cuando recibió de Dios Padre gloria y honor. En ese momento llegó sobre él una palabra muy extraordinaria de la gloriosa Majestad: «Este es mi Hijo muy querido, el que me agradó eligir.» (2º Carta de Pedro 1, 17)
Tampoco perdonó al mundo antiguo, cuando desencadenó las aguas del diluvio sobre el mundo de los malvados, y solamente protegió a Noé, el octavo portavoz del bien. (2º Carta de Pedro 2, 5)
Pero en cambio salvó a Lot, hombre recto que se sentía profundamente afligido por la conducta desenfrenada de aquella gente viciosa. (2º Carta de Pedro 2, 7)
Pero el Señor sabe librar de la prueba a sus servidores y reserva a los malos para castigarlos en el día del juicio. (2º Carta de Pedro 2, 9)
En especial esto vale para esa gente que corre tras los peores deseos de su naturaleza y desprecia la majestad del Señor. Son orgullosos y atrevidos, y no tienen miedo de insultar a los espíritus caídos, (2º Carta de Pedro 2, 10)
mientras los ángeles, superiores a ellos en fuerza y en poder, no se permiten ninguna acusación injuriosa en presencia del Señor. (2º Carta de Pedro 2, 11)
No pueden ver a una mujer sin desearla, no se cansan de pecar y de seducir a las almas poco firmes. Son gente maldita, que tienen el corazón ejercitado en la codicia. (2º Carta de Pedro 2, 14)
Con sus discursos altisonantes y vacíos alientan las pasiones y los deseos impuros en aquellos que acababan de liberarse, y los hacen recaer en el error. (2º Carta de Pedro 2, 18)
Sepan, en primer lugar, que en los últimos días se presentarán burlones que no harán caso más que de sus propias codicias, y preguntarán en son de burla: (2º Carta de Pedro 3, 3)