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Cuando me acuerdo de tus lágrimas, me entran ganas de ir a verte para llenarme de alegría, (II Timoteo 1, 4)
Conserva como modelo de sana doctrina lo que oíste de mí, con la fe y el amor de Cristo Jesús. (II Timoteo 1, 13)
Evita las palabrerías vacías y profanas, que contribuyen cada vez más a la maldad, (II Timoteo 2, 16)
Los hombres malvados irán de mal en peor; engañarán y serán engañados. (II Timoteo 3, 13)
Pues vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus caprichos, buscarán maestros que les halaguen el oído; (II Timoteo 4, 3)
a los que es preciso tapar la boca. Revuelven familias enteras enseñando lo que no deben, llevados por el ansia de ganancias sucias. (Tito 1, 11)
Tú, en cambio, predica lo que está conforme con la sana doctrina. (Tito 2, 1)
que las ancianas, igualmente, observen una conducta digna de personas santas; que no sean calumniadoras, ni dadas a la bebida, sino capaces de instruir en el bien, (Tito 2, 3)
de palabra sana, irreprochable, de modo que el adversario quede en vergüenza al no poder alegar contra nosotros nada malo. (Tito 2, 8)
Evita, en cambio, las cuestiones tontas, las genealogías, las discusiones y polémicas sobre la ley, pues son inútiles y vanas. (Tito 3, 9)
a la hermana Apia, a Arquipo, nuestro compañero de fatigas, y a la Iglesia que se reúne en su casa: (Filemon 1, 2)
pero nada he querido hacer sin tu consentimiento, a fin de que me hagas esta buena obra no a la fuerza, sino de buena gana. (Filemon 1, 14)