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Y dijo: «Si de veras escuchas la voz de Yahveh, tu Dios, y haces lo que es recto a sus ojos, dando oídos a sus mandatos y guardando todos sus preceptos, no traeré sobre ti ninguna de las plagas que envié sobre los egipcios; porque yo soy Yahveh, el que te sana.» (Exodo 15, 26)
Del desierto de Quedemot envié mensajeros a Sijón, rey de Jesbón, con estas palabras de paz: (Deuteronomio 2, 26)
Envié después a Moisés y Aarón y herí a Egipto con los prodigios que obré en medio de él. Luego os saqué de allí. (Josué 24, 5)
Tomé entonces a mi concubina, la descuarticé y la envié por todo el territorio de la heredad de Israel, porque habían cometido una vergüenza y una infamia en Israel. (Jueces 20, 6)
El vigía que estaba sobre la torre de Yizreel vio la tropa de Jehú que llegaba y dijo: «Veo una tropa.» Dijo Joram: «Que se tome uno de a caballo y se le envíe a su encuentro y pregunte: ¿Hay paz?» (II Reyes 9, 17)
Yahveh advertía a Israel y Judá por boca de todos los profetas y de todos los videntes diciendo: «Volveos de vuestros malos caminos y guardad mis mandamientos y mis preceptos conforme a la Ley que ordené a vuestros padres y que les envié por mano de mis siervos los profetas.» (II Reyes 17, 13)
Por eso les envié mensajeros para decirles: «Estoy ocupado en una obra importante y no puedo bajar; ¿por qué voy a dejar que la obra se pare abandonándola para bajar donde vosotros?» (Nehemías 6, 3)
Entonces Sarra, con el alma llena de tristeza, se echó a llorar y subió al aposento de su padre con intención de ahorcarse. Pero, reflexionando, pensó: «Acaso esto sirva para que injurien a mi padre y le digan: "Tenías una hija única, amada y se ha ahorcado porque se sentía desgraciada." No puedo consentir que mi padre, en su ancianidad, baje con tristeza a la mansión de los muertos. Es mejor que, en vez de ahorcarme, suplique al Señor que me envíe la muerte para no tener que oír injurias durante mi vida.» (Tobías 3, 10)
Ahora, pues, tú que eres una mujer piadosa, pide por nosotros al Señor que envíe lluvia para llenar nuestras cisternas, y así no nos veamos acabados.» (Judit 8, 31)
El te envíe socorro desde su santuario, desde Sión sea tu apoyo. (Salmos 20, 3)
Mande desde los cielos y me salve, confunda a quien me pisa, envíe Dios su amor y su verdad. (Salmos 57, 4)
Pero ahora caigo en cuenta de los males que hice en Jerusalén, cuando me llevé los objetos de plata y oro que en ella había y envié gente para exterminar sin motivo a los habitantes de Judá. (I Macabeos 6, 12)
