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desde que nos hemos enterado de la fe que tienen en Cristo Jesús y del amor que demuestran a todos los santos, (Colosenses 1, 4)
Aunque ausente con el cuerpo, estoy presente en espíritu, y me alegro al ver el orden que reina entre ustedes y la firmeza de la fe que tienen en Cristo. (Colosenses 2, 5)
Estas doctrinas tienen una cierta apariencia de sabiduría por su «religiosidad», su «humildad» y su «desprecio del cuerpo», pero carecen de valor y sólo satisfacen los deseos de la carne. (Colosenses 2, 23)
En cuanto a ustedes, patrones, concedan a sus servidores lo que es justo y razonable, recordando que también ustedes tienen un Señor en el cielo. (Colosenses 4, 1)
En efecto, de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto. (I Tesalonicenses 1, 8)
Pero ahora Timoteo acaba de regresar de allí con buenas noticias sobre la fe y el amor de ustedes, y él nos cuenta cómo nos recuerdan siempre con cariño y tienen el mismo deseo que nosotros de volver a vernos. (I Tesalonicenses 3, 6)
No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza. (I Tesalonicenses 4, 13)
En esto se manifiesta el justo Juicio de Dios, para que ustedes sean encontrados dignos del Reino de Dios por el cual tienen que sufrir. (II Tesalonicenses 1, 5)
Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos tienen fe. (II Tesalonicenses 3, 2)
Hay viudas que lo son realmente, porque se han quedado solas y tienen puesta su confianza en Dios, consagrando sus días y sus noches a la súplica y a la oración. (I Timoteo 5, 5)
Además, si no tienen nada que hacer, acaban yendo de casa en casa y se dedican a charlar y a curiosear, ocupándose en lo que no les importa. (I Timoteo 5, 13)
Porque el que santifica y los que son santificados, tienen todos un mismo origen. Por eso, él no se avergüenza de llamarlos hermanos, (Hebreos 2, 11)