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  • Cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios. (Hechos 4, 31)

  • En ese momento, los que estaban sentados en el Sanedrín tenían los ojos clavados en él y vieron que el rostro de Esteban parecía el de un ángel. (Hechos 6, 15)

  • Al día siguiente sorprendió a dos israelitas que se estaban peleando y trató de reconciliarlos, diciéndoles: "Ustedes son hermanos, ¿por qué se hacen daño?". (Hechos 7, 26)

  • Porque los espíritus impuros, dando grandes gritos, salían de muchos que estaban poseídos, y buen número de paralíticos y lisiados quedaron curados. (Hechos 8, 7)

  • Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. (Hechos 8, 14)

  • Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. (Hechos 8, 16)

  • En cuanto el Ángel se alejó, Cornelio llamó a dos de sus servidores y a un soldado piadoso de los que estaban a sus órdenes. (Hechos 10, 7)

  • Y mientras seguía conversando con él, entró y se encontró con un grupo numeroso de personas, que estaban reunidas allí. (Hechos 10, 27)

  • En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores, entre los cuales estaban Bernabé y Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, amigo de infancia del tetrarca Herodes, y Saulo. (Hechos 13, 1)

  • Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra del Señor, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. (Hechos 13, 48)

  • Pero Pablo consideraba que no debía llevar a quien los había abandonado cuando estaban en Panfilia y no había trabajado con ellos. (Hechos 15, 38)

  • Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros. (Hechos 17, 34)


“Amar significa dar aos outros – especialmente a quem precisa e a quem sofre – o que de melhor temos em nós mesmos e de nós mesmos; e de dá-lo sorridentes e felizes, renunciando ao nosso egoísmo, à nossa alegria, ao nosso prazer e ao nosso orgulho”. São Padre Pio de Pietrelcina