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  • ¿No son ellos los que blasfeman contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes? (Santiago 2, 7)

  • Porque el que no tiene misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio. (Santiago 2, 13)

  • ¿Acaso nuestro padre Abraham no fue justificado por las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? (Santiago 2, 21)

  • Elías era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. (Santiago 5, 17)

  • Esta salvación ha sido el objeto de la búsqueda y la investigación de los profetas que vaticinaron sobre la gracia destinada a ustedes. (I Pedro 1, 10)

  • Él llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados. (I Pedro 2, 24)

  • Sobre todo, ámense profundamente los unos a los otros, porque el amor cubre todos los pecados. (I Pedro 4, 8)

  • Felices si son ultrajados por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre ustedes. (I Pedro 4, 14)

  • Salúdense los unos a los otros con un beso de amor fraternal. Que descienda la paz sobre todos ustedes, los que están unidos a Cristo. (I Pedro 5, 14)

  • En el pueblo de Israel hubo también falsos profetas. De la misma manera, habrá entre ustedes falsos maestros que introducirán solapadamente desviaciones perniciosas, y renegarán del Señor que los redimió, atrayendo sobre sí mismos una inminente perdición. (II Pedro 2, 1)

  • Tampoco perdonó al mundo antiguo, sino que desencadenó el diluvio sobre una tierra poblada de impíos, preservando sólo a ocho personas, entre ellas a Noé, el heraldo de la justicia. (II Pedro 2, 5)

  • sobre todo, a los que, llevados por sus malos deseos, corren detrás de los placeres carnales y desprecian la Soberanía. Estos hombres audaces y arrogantes no tienen miedo de blasfemar contra los ángeles caídos, (II Pedro 2, 10)


“Menosprezai vossas tentações e não vos demoreis nelas. Imaginai estar na presença de Jesus. O crucificado se lança em vossos braços e mora no vosso coração. Beijai-Lhe a chaga do lado, dizendo: ‘Aqui está minha esperança; a fonte viva da minha felicidade. Seguro-vos, ó Jesus, e não me aparto de vós, até que me tenhais posto a salvo’”. São Padre Pio de Pietrelcina