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y dijeron: "¡Es sangre! Seguro que los reyes se batieron a espada y se mataron entre ellos. Y ahora, ¡al saqueo, Moab!". (II Reyes 3, 23)
El rey de Moab, al ver que la guerra estaba perdida para él, reunió a setecientos hombres armados de espada, para abrirse una brecha hacia el rey de Edóm; pero fracasó. (II Reyes 3, 26)
Él replicó: "No los mates. ¿Acaso haces morir a todos los que tu espada y tu arco han tomado prisioneros? Sírveles pan y agua; que coman y beban y después se vayan con su señor. (II Reyes 6, 22)
Jazael le preguntó: "¿Por qué llora mi señor?". "Porque sé el mal que harás a los israelitas, respondió Eliseo; tú incendiarás sus plazas fuertes, matarás a sus jóvenes con la espada, estrellarás a sus niños y abrirás el vientre de sus mujeres embarazadas". (II Reyes 8, 12)
Y cuando terminó de ofrecer el holocausto, Jehú dijo a los guardias y a los oficiales: "¡Entren y mátenlos! ¡Que no salga ni uno solo!". Ellos los mataron al filo de la espada y los arrojaron afuera. Luego los guardias y los oficiales llegaron hasta la ciudadela del templo de Baal, (II Reyes 10, 25)
Entonces el sacerdote Iehoiadá impartió órdenes a los centuriones encargados de la tropa, diciéndoles: "¡Háganla salir de entre las filas! Si alguien la sigue, que sea pasado al filo de la espada". Porque el sacerdote había dicho: "Que no la maten en la Casa del Señor". (II Reyes 11, 15)
Toda la gente del país se alegró y la ciudad permaneció en calma. A Atalía la habían pasado al filo de la espada en la casa del rey. (II Reyes 11, 20)
Yo mismo pondré un espíritu en él y, apenas oiga una noticia, regresará a su país; y yo lo haré caer bajo la espada en su propio país". (II Reyes 19, 7)
Un día, mientras estaba postrado en el templo de Nisroc, su dios, Adramélec y Sarecer, sus hijos, lo mataron con la espada, y se pusieron a salvo en el país de Ararat. Asarhadón, su hijo, reinó en lugar de él. (II Reyes 19, 37)
Los hijos de Rubén, los de Gad y la mitad de la tribu de Manasés, eran muy valientes, llevaban escudo y espada y manejaban el arco. Los que estaban adiestrados para la guerra formaban un ejército de cuarenta y cuatro mil setecientos sesenta hombres. (I Crónicas 5, 18)
Saúl dijo a su escudero: "Saca tu espada y traspásame, no sea que vengan esos incircuncisos, para vergüenza mía". Pero su escudero no quiso hacerlo, porque tenía mucho miedo. Entonces Saúl tomó la espada y se arrojó sobre ella. (I Crónicas 10, 4)
Al ver que Saúl estaba muerto, también su escudero se echó sobre su espada y murió. (I Crónicas 10, 5)