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Yavé puso una frontera entre nosotros y ustedes, hijos de Rubén y de Gad: es el río Jordán; por lo tanto, ustedes no tienen parte con Yavé. Así nuestros hijos se alejarían de Yavé. (Josué 22, 25)
Entonces clamaron a Yavé y él puso densas tinieblas entre ustedes y los egipcios; hizo retroceder el mar sobre ellos y los sumergió. Ustedes han presenciado todas estas cosas que hice en Egipto y, después, estuvieron mucho tiempo en el desierto. (Josué 24, 7)
El espíritu de Yavé estuvo sobre él y se puso al frente de Israel. Hizo la guerra y Yavé puso en sus manos a Cusan Risataím, rey de Aram, al que venció. (Jueces 3, 10)
Eglón se unió a los amonitas y los amalecitas; luego se puso en marcha y derrotó a Israel y tomó la ciudad de las Palmeras. (Jueces 3, 13)
Apenas llegó, tocó el cuerno en los cerros de Efraím y los israelitas bajaron de los cerros. El se puso al frente de todos y les dijo: (Jueces 3, 27)
Gedeón se fue y preparó un cabrito, tomó una medida de harina, con la que hizo pan sin levadura; puso el caldo en una olla y la carne en un canasto y fue a presentárselo debajo del árbol. (Jueces 6, 19)
Con este dinero, Gedeón se hizo un ídolo que puso en su ciudad de Ofrá, y de todas partes de Israel la gente empezó a ir a ese lugar, apartándose de Yavé. Esa fue la trampa en que cayó Gedeón y los suyos. (Jueces 8, 27)
Jotam huyó, se puso a salvo y fue a Beer, donde se estableció lejos de su hermano Abimelec. (Jueces 9, 21)
Yavé, Dios de Israel, puso a Sijón y a todo su pueblo en manos de Israel, que los derrotó y conquistó todo el país de los amorreos que habitaban allí. (Jueces 11, 21)
La mujer de Sansón se puso a llorar echándose encima de él y le dijo: «No me quieres, ni me amas, has propuesto una adivinanza a los jóvenes de mi pueblo, y a mí no me la has explicado.» El le respondió: «No se la he explicado a mis padres ¿y te la explicaré a ti?» (Jueces 14, 16)
Se fue Sansón y cazó trescientas zorras, tomó unas antorchas y juntando a los animales cola con cola puso una antorcha entre cada dos colas. (Jueces 15, 4)
Estaban ya lejos de la casa de Miqueas cuando la gente de las casas vecinas se puso a gritar y salió en su persecución. (Jueces 18, 22)