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Con la Ley nadie llega a ser justo a los ojos de Dios; la cosa es cierta, pues el justo vivirá por la fe, (Carta a los Gálatas 3, 11)
y la Ley no da lugar a la fe cuando dice: El que cumple estas cosas tendrá vida por medio de ellas. (Carta a los Gálatas 3, 12)
Pero Cristo nos ha rescatado de la maldición de la Ley, al hacerse maldición por nosotros, como dice la Escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero. (Carta a los Gálatas 3, 13)
Ahora digo lo siguiente: si Dios ha hecho un testamento en debida forma, la Ley, que vino cuatrocientos treinta años después, no pudo anularlo ni dejar sin efecto la promesa de Dios. (Carta a los Gálatas 3, 17)
Si la herencia es el fruto de la Ley, ya no es fruto de la promesa, y precisamente la herencia era promesa y don de Dios a Abrahán. (Carta a los Gálatas 3, 18)
Entonces, ¿para qué la Ley? Fue añadida con miras a las desobediencias; pero solamente valía hasta que llegara ese descendiente de Abrahán para quien era la promesa, y fueron ángeles los que la concertaron, haciendo de mediador Moisés (Carta a los Gálatas 3, 19)
¿Acaso la Ley contradice las promesas de Dios? En absoluto. Si se hubiera dado una ley capaz de darnos vida, nuestro paso a la verdadera justicia podría resultar de esa Ley. (Carta a los Gálatas 3, 21)
Hasta que no llegaran los tiempos de la fe, la Ley nos guardaba bajo llave, a la espera de la fe que se iba a revelar. (Carta a los Gálatas 3, 23)
La Ley nos conducía al maestro, a Cristo, para que creyéramos, y así fuéramos justos. (Carta a los Gálatas 3, 24)
Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, que nació de mujer y fue sometido a la Ley, (Carta a los Gálatas 4, 4)
con el fin de rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que así recibiéramos nuestros derechos como hijos. (Carta a los Gálatas 4, 5)
Ustedes que quieren obedecer a la Ley, díganme: ¿acaso la entienden? (Carta a los Gálatas 4, 21)