Encontrados 900 resultados para: reconstrucción de Jerusalén
Inmoló sobre los altares a todos los sacerdotes de las colinas que había allí, quemó sobre ellos huesos humanos y luego se volvió a Jerusalén. (II Reyes 23, 20)
Sólo en el año dieciocho del rey Josías se celebró en Jerusalén una pascua semejante en honor del Señor. (II Reyes 23, 23)
Josías exterminó también a los nigromantes, a los adivinos, los fetiches, los ídolos y todos los ídolos repugnantes que se veían en el país de Judá y en Jerusalén, a fin de llevar a efecto las palabras de la ley escritas en el libro que había encontrado el sacerdote Jelcías en el templo del Señor. (II Reyes 23, 24)
Y el Señor dijo: "Apartaré también de mi presencia a Judá, como aparté a Israel; y rechazaré a esta ciudad, Jerusalén, que había elegido, y el templo, del que había dicho: Allí estará mi nombre". (II Reyes 23, 27)
Sus oficiales llevaron su cadáver en un carro, de Meguido a Jerusalén, y lo enterraron en su sepulcro. El pueblo ungió y proclamó rey en su lugar a su hijo Joacaz. (II Reyes 23, 30)
Joacaz tenía veintitrés años cuando subió al trono, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Jamutal, hija de Jeremías, de Libná. (II Reyes 23, 31)
Pero el Faraón Necó lo encadenó en Ribla, en el país de Jamat, lo destronó de Jerusalén e impuso al país un tributo de tres mil cuatrocientos kilos de plata y treinta y cuatro de oro. (II Reyes 23, 33)
Joaquín tenía veinticinco años cuando subió al trono, y reinó once años en Jerusalén. Su madre se llamaba Zebida, hija de Pedayas, de Rumá. (II Reyes 23, 36)
y de la sangre inocente que él había derramado hasta llenar Jerusalén. El Señor no quiso perdonar. (II Reyes 24, 4)
Jeconías tenía dieciocho años cuando subió al trono, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Nejustá, hija de Elnatán, de Jerusalén. (II Reyes 24, 8)
En su tiempo las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia, fueron contra Jerusalén, y la sitiaron. (II Reyes 24, 10)
Deportó a todo Jerusalén, a todos los magnates y poderosos, unos diez mil, y a todos los herreros y cerrajeros. No dejó más que las gentes pobres. (II Reyes 24, 14)